viernes, 2 de mayo de 2008

Vampiros (cuento)

Esa noche caminaba sin saber a donde iba.
Abrazaba su cuerpo con los brazos sintiendo que si los dejaba caer se desarmaría.
Había comprobado que esa pesona por quien ella hubiera dado su vida era un egoísta, ambicioso. Esa misma tarde le había confesado que se casaría con la hija de un alto funcionario que lo ayudaría en su carrera.
Mientras en su cabeza sonaban las palabras de él, trataba de no escucharlo, no quería ese eco en su cabeza. Se obligaba a no sentir sus músculos, a no derramar una lágrima.
Ahora sentía el pecho vacío, su dolor se acrecentaba cada vez más, sentía las palabras de él amontonarse y repetirse como una cinta sin fin.
Perdió noción de cuántas cuadras caminó y donde se encontraba, se detuvo un instante creyendo escuchar pazos detrás de ella, pero no había nadie. Continuó caminando, pero sentía que algo andaba mal, aunque ya nada podía asustarla.
Conforme se alejaba de la zona poblada, el eco de los pazos se hacía más cercano. De pronto sintió que una mano tomaba su hombro, tiraban de su bolso y una punzada dolorosa en la espalda, cayó desplomada al suelo, luego sintió el cuerpo fue golpeado hasta perder la conciencia por completo.

Y yo caminaba por ahí, mi sed advirtió el olor de la sangre aún caliente, un hombre mal vestido se encontraba arrodillado junto a una bolsa vaciaba el contenido. Sentí el rápido látir del corazón, me sentía hambriento y pensé que ése sería mi alimento, no se dio cuenta, pero en segundos estaba bebiendo su sangre, viendo a través de sus ojos como apuñaló y golpeó a aquella pobre chica, con mayor odio bebí su sangre hasta dejarlo sin vida.
Entonces comencé a buscarla, tratando de imaginar si aún seguía con vida. Caminé desesperado hasta que la encontré casi sin vida, era hermosa, tan frágil, no quería que se fuera, no podía dejarla morir, pero tampoco sabía si tenía el derecho de transformarla en un monstruo como yo y condenarla a la eternidad.
La tomé en mis brazos, acaricié su rostro, miré su cuello, preparé mis colmillos, bebí lentamente su sangre, sabía que era peligroso, el pulso era muy débil y me asustaba no sentirlo, pero lo hice, cuando fue necesario tomé una navaja y corté mi muñeca, dejé correr la sangre en su boca, a los segundos abrió los ojos, la acerqué a su boca, bebió mi sangre hasta que retiré la mano.
Entonces me miró, sus hermosos ojos negros. La mirada asustada y aturdida, sin entender qué pasaba.
Caminé con ella hasta mi escondite, una horrible calle destruída. Pasó uno o dos días callada, inmóvil, yo la alimentaba con víctimas que cazaba para ella, aunque tuve que obligarla.
Una semana después se había acostumbrado, pero se negaba